Este mes de marzo que dejamos atrás ha dado paso a
la nueva estación de la primavera.
A esto, tenemos que añadir el ajuste anual de la
hora que por esta fecha todos realizamos
con cada uno de nuestros relojes adelantando una hora en la madrugada del sábado al domingo de la última semana del mes de marzo, y, con las
consecuencias directas de la reducción de la misma al final de esa jornada, y
el supuesto ahorro energético.
También, el sábado pasado se celebró la hora del
planeta en la que numerosos lugares y edificios famosos a lo largo de toda su
geografía dejaron de estar iluminados como símbolo del ahorro energético y de
la no contaminación.
A su vez, se celebró en la Cumbre de Roma, el 60º
aniversario del Tratado de Roma por el que se firmó la unión de los 27 países que
hoy configuran la Unión Europea, a excepción de Reino Unido, que con la
aprobación del brexit por mayoría, deja de formar parte.
Otra celebración hubo este mes de marzo en un lugar
atractivo y lleno de fantasía para los niños y las niñas, ya que fue el 25º aniversario de Disneyland
Paris.
Además, se celebró el día del padre en nuestro
país, el día 19, esa figura afectiva y ese referente tan importante y necesario
para el desarrollo en la vida de los niños.
Y citar por último el día 8 de este mes que se
celebró el día de la mujer, no para festejar todas las ventajas que tiene ser
mujer hoy en día en nuestras sociedades, sino para recordar que aún falta mucho
recorrido para equipararnos a los
derechos que disfrutan los hombres sólo por el hecho de nacer hombres.
Fuente: You Tube
Cenicienta quiere ser astronauta
La primavera por fin iba llegando al medio
ambiente, y a la vez que de color,
movimiento, y luz iba llenando todos sus espacios naturales, también, iba dando
más visibilidad a los seres vivos que en ellos habitaban. Ni qué decir que los
campos verdes se encontraban llenos de flores silvestres, las hojas caducas
brotaban de nuevo en las ramas de los árboles, los ríos bajaban caudalosos
desde lo alto de la montaña cantando su
canción y los pájaros acompañaban con su trino los juegos de los niños y las
niñas al aire libre.
Sin embargo, la primavera no llegaba a todas partes por igual en aquella pequeña
ciudad en la que vivía Cenicienta. Había
pasado ya mucho tiempo, mucho tiempo sí,
desde aquel entonces que supimos noticias de Cenicienta. ¿Continuaría ella con la cara
tiznada de hollín, polvo y suciedad, el
vestido desgastado, lleno de mugre, los
calcetines con tomates, la chaqueta con zetas, enganchones y deshilachada, y su
rostro con ojeras y rasgos de cansancio,
las manos con pequeñas llagas, y con callos y juanetes en sus pies,…?
Y es que, la primavera no llegaba hasta el portal
en el que empezaba cada día la jornada laboral Cenicienta en aquel edificio céntrico de su ciudad, edificio que se encontraba patas arriba por las obras
que se estaban realizando con el fin de cambiar los dos ascensores y las
escaleras. Su corazón, se entristecía cada vez que entraba por su puerta,
miraba hacia arriba, veía las dos escaleras que tenían diez pisos cada una de
ellas. Ella subía hasta el último piso
cada día, limpiaba con su escoba y recogedor, su cubo y fregona, su paño y
líquido limpiacristales, y su delantal floreado, y, cuando bajaba uno a uno
cada escalón de una escalera hasta llegar a la entrada al portal, tenía que volver a
empezar con la otra, al final, acababa empolvando su pelo oscuro, pestañas y
fosas nasales, sus zapatos y su ropas
también, y así todos los días.
Cenicienta había soñado desde pequeña con poder
volar y ser astronauta. Sin embargo, la realidad se imponía día a día. A lo más
alto que podía llegar en su vida cotidiana era al final de cada una de las
escaleras del portal en el que había un cuartito sin ventana que tenía que limpiar.
Junto a aquel habitáculo estaba el piso de la Madrastra la cual vivía en aquel mismo
edificio, exactamente en el último piso de la mano derecha. Aquella malvada mujer
era dueña de los dos últimos pisos, pisos que convertían su casa en una especie de
dúplex, conectando a ambos por una escalera. No fallaba ningún detalle en
su aspecto que lo negara: su media melena negra, ojos azules, cara de pocos
amigos, mujer menuda, mandona y perversa, con mal humor, y manipuladora. Estaba
casada con hombre bien parecido para su edad, ya estaba jubilado, pero en su día trabajó en un banco que daba fama a la ciudad. Esta mujer sólo se hacía valer por su falta de
respeto hacia los demás, y por ser la mujer de. Pues bien, la susodicha, tenía un piano en su casa ya desde tiempo
atrás, y lo adquirió para su primogénita a la cual había iniciado a clases de solfeo y de aprendizaje del nombrado
instrumento musical en la Escuela de música de la ciudad.
La Madrastra no estaba contenta con Cenicienta,
bueno, con pocas personas y cosas estaría contenta, la verdad, porque realmente
con la que no estaba contenta era consigo misma. Quería dominar a Cenicienta, cómo,
preguntareis, pues bien, quería controlar su quehacer y trabajo, exigiéndole que le llamara todos los días a su puerta, para
darle órdenes de lo que tenía que limpiar, es decir, le obligaba a limpiar de rodillas y con
detergentes fuertes y tóxicos el suelo cercano a sus dos puertas y las
escaleras cercanas a las mismas para que brillara con mayor resplandor que
ningún otro. Quería dominar su terreno cercano, porque la limpieza del resto
del edificio, no le importaba ni un pimiento morrón.
Cenicienta comprendió pronto la persona antisocial
que era a la vez que la Madrastra le declaraba la guerra tomando represalias: le exigía que
cada mañana llamara a su puerta para que cogiera unas llaves, criticó la ineficacia de su trabajo de limpieza realizado entre la
vecindad, le colocaba todos los días tetra-bricks y botellas de aceite vacíos, incluso, restos de
excrementos en el suelo del portal una mañana encontró, y así un día y otro
más, hasta que un día, observó que otra
trabajadora estaba usurpando su puesto e iba realizando poco a poco su trabajo
cuando ella no estaba.
Allí no apareció ningún príncipe azul, verde o
violeta, ni siquiera con cara de sapo o rana, ninguna calabaza que se
convirtiera en un gran coche, ningún zapato de cristal, ninguna varita mágica ni similar, ningunas palabras
mágicas, ningún hada, ninguna fiesta ni baile, ningún maravilloso vestido,…de
allí salió Cenicienta corriendo para no volver, pero antes de ello, entregó las
llaves a la Madrastra, y esta vez, sí, llamó a su puerta.
A continuación fue escaleras abajo sin parar, hasta que llegó a la puerta de salida, entonces, no paró de correr y correr, cruzó la calle,
siguió por las aceras, dobló la esquina y atravesó todas las calles hasta que dejó atrás la última manzana. Salió
de la ciudad, y comenzó a buscar la montaña más cercana, y cuando estaba debajo
de todo, miró hacia arriba con esperanza,
subió y subió sin parar y sin mirar atrás, entonces
vio que la primavera había llegado, y cuando por fin tocó la cumbre extendió
sus brazos y gritó: ¡soy libre¡.
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