viernes, 31 de marzo de 2017

MÁS HISTORIAS EN PRIMAVERA



Este mes de marzo que dejamos atrás ha dado paso a la nueva estación de la primavera.



A esto, tenemos que añadir el ajuste anual de la hora que por esta fecha todos  realizamos con cada uno de nuestros relojes adelantando una hora en la madrugada del sábado al domingo de la última semana del mes de marzo, y, con las consecuencias directas de la reducción de la misma al final de esa jornada, y el supuesto ahorro energético.



También, el sábado pasado se celebró la hora del planeta en la que numerosos lugares y edificios famosos a lo largo de toda su geografía dejaron de estar iluminados como símbolo del ahorro energético y de la no contaminación.



A su vez, se celebró en la Cumbre de Roma, el 60º aniversario del Tratado de Roma por el que se firmó la unión de los 27 países que hoy configuran la Unión Europea, a excepción de Reino Unido, que con la aprobación del brexit por mayoría, deja de formar parte.



Otra celebración hubo este mes de marzo en un lugar atractivo y lleno de fantasía para los niños y las niñas,  ya que fue el 25º aniversario de Disneyland Paris.



Además, se celebró el día del padre en nuestro país, el día 19, esa figura afectiva y ese referente tan importante y necesario para el desarrollo en la vida de  los niños.



Y citar por último el día 8 de este mes que se celebró el día de la mujer, no para festejar todas las ventajas que tiene ser mujer hoy en día en nuestras sociedades,  sino para recordar que aún falta mucho recorrido para equipararnos a  los derechos que disfrutan los hombres sólo por el hecho de nacer hombres.



 

Fuente: You Tube 




Cenicienta quiere ser astronauta

La primavera por fin iba llegando al medio ambiente, y  a la vez que de color, movimiento, y luz iba llenando  todos sus espacios naturales, también, iba dando más visibilidad a los seres vivos que en ellos habitaban. Ni qué decir que los campos verdes se encontraban llenos de flores silvestres, las hojas caducas brotaban de nuevo en las ramas de los árboles, los ríos bajaban caudalosos desde lo alto de la  montaña cantando su canción y los pájaros acompañaban con su trino los juegos de los niños y las niñas al aire libre.

Sin embargo, la primavera no llegaba  a todas partes por igual en aquella pequeña ciudad en la que vivía Cenicienta.  Había pasado ya mucho tiempo, mucho tiempo sí,  desde aquel entonces que supimos noticias de  Cenicienta. ¿Continuaría ella con la cara tiznada de hollín, polvo y suciedad,  el vestido desgastado,  lleno de mugre, los calcetines con tomates, la chaqueta con zetas, enganchones y deshilachada, y su rostro con ojeras y  rasgos de cansancio, las manos con pequeñas llagas, y con callos y juanetes en sus pies,…?

Y es que, la primavera no llegaba hasta el portal en el que empezaba cada día la jornada laboral Cenicienta en  aquel edificio céntrico de su ciudad, edificio  que se encontraba patas arriba por las obras que se estaban realizando con el fin de cambiar los dos ascensores y las escaleras. Su corazón, se entristecía cada vez que entraba por su puerta, miraba hacia arriba, veía las dos escaleras que tenían diez pisos cada una de ellas.  Ella subía hasta el último piso cada día, limpiaba con su escoba y recogedor, su cubo y fregona, su paño y líquido limpiacristales, y su delantal floreado, y, cuando bajaba uno a uno cada escalón de una escalera hasta llegar a  la entrada al portal, tenía que volver a empezar con la otra, al final, acababa empolvando su pelo oscuro, pestañas y fosas nasales,  sus zapatos y su ropas también, y así todos los días.

Cenicienta había soñado desde pequeña con poder volar y ser astronauta. Sin embargo, la realidad se imponía día a día. A lo más alto que podía llegar en su vida cotidiana era al final de cada una de las escaleras del portal en el que había un cuartito sin ventana que tenía que limpiar. Junto a aquel habitáculo estaba el piso de la Madrastra la cual vivía en aquel mismo edificio, exactamente en el último piso de la mano derecha. Aquella malvada mujer era dueña de los dos últimos pisos, pisos que convertían su casa en una especie de dúplex, conectando a ambos  por una escalera. No fallaba ningún detalle en su aspecto que lo negara: su media melena negra, ojos azules, cara de pocos amigos, mujer menuda, mandona y perversa, con mal humor, y manipuladora. Estaba casada con hombre bien parecido para su edad, ya estaba  jubilado, pero en su día trabajó en un  banco que daba fama a la ciudad.  Esta mujer sólo se hacía valer por su falta de respeto hacia los demás, y por ser la mujer de. Pues bien, la susodicha,  tenía un piano en su casa ya desde tiempo atrás, y lo adquirió para su primogénita a la cual había iniciado a  clases de solfeo y de aprendizaje del nombrado instrumento musical en la Escuela de música de la ciudad.

La Madrastra no estaba contenta con Cenicienta, bueno, con pocas personas y cosas estaría contenta, la verdad, porque realmente con la que no estaba contenta era consigo misma. Quería dominar a Cenicienta, cómo, preguntareis, pues bien, quería controlar su quehacer y trabajo, exigiéndole que le llamara todos los días a su puerta, para darle órdenes de lo que tenía que limpiar, es decir,  le obligaba a limpiar de rodillas y con detergentes fuertes y tóxicos el suelo cercano a sus dos puertas y las escaleras cercanas a las mismas para que brillara con mayor resplandor que ningún otro. Quería dominar su terreno cercano, porque la limpieza del resto del edificio, no le importaba ni un pimiento morrón.

Cenicienta comprendió pronto la persona antisocial que era a la vez que la Madrastra le declaraba la  guerra tomando represalias: le exigía que cada mañana llamara a su puerta para que cogiera unas llaves,  criticó la ineficacia de  su trabajo de limpieza realizado entre la vecindad, le colocaba todos los días tetra-bricks y  botellas de aceite vacíos, incluso, restos de excrementos en el suelo del portal una mañana encontró, y así un día y otro más, hasta que un día, observó  que otra trabajadora estaba usurpando su puesto e iba realizando poco a poco su trabajo cuando ella no estaba.

Allí no apareció ningún príncipe azul, verde o violeta, ni siquiera con cara de sapo o rana, ninguna calabaza que se convirtiera en un gran coche, ningún zapato de cristal, ninguna  varita mágica ni similar, ningunas palabras mágicas, ningún hada, ninguna fiesta ni baile, ningún maravilloso vestido,…de allí salió Cenicienta corriendo para no volver, pero antes de ello, entregó las llaves a la Madrastra, y esta vez, sí, llamó a su puerta.

A continuación fue escaleras abajo sin parar,  hasta que llegó a la puerta de salida, entonces,  no paró de correr y correr, cruzó la calle, siguió por las aceras, dobló la esquina y atravesó todas las calles  hasta que dejó atrás la última manzana. Salió de la ciudad, y comenzó a buscar la montaña más cercana, y cuando estaba debajo de todo, miró hacia arriba con esperanza,  
subió y subió sin parar y sin mirar atrás, entonces vio que la primavera había llegado, y cuando por fin tocó la cumbre extendió sus brazos y gritó: ¡soy libre¡.

M.F.B.