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El mal tiempo nos invita a mirar un poco hacia adentro
y reflexionar un poco, eso sí solo un poco, que cansa.
Si nuestro pensamiento fuera metafóricamente hablando un árbol, entonces las ideas, serían sus ramas. Y para que fuera un árbol realmente sano, sus ramas deberían ser fuertes pero flexibles como un junco para que se adaptaran a la climatología del momento, a los acontecimientos imprevistos y a los nuevos cambios en el transcurso del tiempo. Por consecuente, cuanto más rígidas fueran las ramas, más daño podría causar a uno mismo y a los demás.
Considero que si las ideas tienen como finalidad hacernos felices a cada uno de nosotros son buenas ideas y bienvenidas son. Sin embargo, cuando de antemano se sabe que pueden producir el efecto contrario, entonces se deben olvidar, dejarlas a un lado, que se queden sólo en ideas, no en hechos, y pasar al punto siguiente.
Después de cuatro décadas de vivir en democracia, en nuestro país España, seguimos aprendiendo a convivir con las diferencias y con las distintas tendencias, y muchas veces cuesta dejar a un lado el interés particular en pro del general. Pienso que el sentido común resulta siempre importante a la hora de tomar decisiones. Considero que no hay que olvidarnos de algo necesario que no debe faltar en todo momento, y es el afecto. Por otro lado, en la búsqueda de la solución de cualquier problema resulta interesante utilizar el mismo método que los niños emplean en hallar la resolución a los problemas matemáticos que se les plantean en la escuela. Es decir, reducir el problema a la situación más simple para vislumbrarlo con mayor claridad.
EL ROBLE y EL JUNCO
El roble le dijo un día al
junco:
Es normal que acuse a la
Naturaleza;
Un reyezuelo, para usted,
es una carga pesada.
La menor brisa que arruga
la cara del agua
hace que la cabeza se le
arquee.
Sin embargo mi tronco,
como el Cáucaso mismo,
no contento con detener los
rayos del sol
es capaz de afrontar una
tempestad.
Lo que para usted es un
huracán,
para mí es una brisa.
Si creciera a la sombra del
follaje
donde yo cubro a mis
vecinos,
no tendría que sufrir,
le defendería de la
tormenta,
pero nace en los húmedos
bordes
del reino de los vientos.
La Naturaleza es injusta
con usted.
Su compasión, respondió el
junco,
nace de un buen
sentimiento,
pero no se preocupe,
a mí los vientos no me
abruman,
me inclino y no me rompo.
De momento, usted ha
resistido
golpes tremendos
sin tener que doblar la
espalda,
pero al final ya veremos.
Cuando dijo estas palabras,
del horizonte sopló con
furia
el más terrible viento
que el Norte hubiera
llevado
jamás hasta allí.
El roble se mantuvo erguido,
el junco se inclinó,
el viento redobló sus
esfuerzos
y arrancó de raíz
aquél que del cielo
estaba mucho más cerca
y cuyos pies se hundían en
la tierra.
Fábulas (Jean de La Fontaine, 1668)
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