Como cada año por estas fechas veraniegas la
mayoría de las personas viajamos de
un lado a otro para irnos de vacaciones,
mejor dicho, esas merecidas y deseadas
vacaciones después de todo un año de trabajo. Así pues, agosto se convierte en el mes por
excelencia de las vacaciones anuales.
Las salas de espera de los aeropuertos y de las
estaciones de trenes o autobuses suelen
ser espacios donde confluye una encrucijada de
distintos viajeros con distintos destinos y lugares de orígenes, pero,
con el mismo entusiasmo para viajar a un lugar diferente.
Las ciudades principales de cada país, y también
innumerables localidades pequeñas, -ya que el turismo rural sigue en alza-,
captan la atención de aquellos que quieren viajar en vacaciones, descansar,
desconectar, cambiar de ambiente y de tercio. Por lo que las calles y
determinados puntos de interés de estos
lugares turísticos elegidos se llenan de turistas, viajeros, curiosos, veraneantes,
visitantes, incluso, emigrantes que provocan un aumento de la población
considerable y una mejora del consumo en general, aumento de la contratación
temporal, y por tanto, aumento de la
economía.
Dejando para otra ocasión el debate de hacia dónde
se dirige la mayor parte de la población, si hacia un turismo de costa o de
interior, es decir, si prefieren más
playa o montaña, me centro mejor en las personas como individuos. Con ello
destaco las historias que cada persona llevamos consigo, la propia historia
vital, la historia de su día a día, la historia de ayer, la historia de su
viaje, la historia de sus vacaciones, la historia pasada y la que acaba de
empezar, la historia de su familia, o las historias
que nos podemos inventar ahora en verano,…
Fuente: Youtube
El duende del medio ambiente
Cuentan antiguas leyendas que en la antigüedad más
remota y en la antigüedad más antigua, existía un duende de bastante mala fama que
era conocido por todos como el duende del medio ambiente. Cuentan esas antiguas
leyendas que en aquella antigüedad, incluso dejó de haber verano como en el que
nos encontramos un tal día como hoy.
Aquel famoso duende de ceño fruncido, enjuto
y barbilampiño, tenía establecida
su morada por algún secreto lugar entre
los bosques de las montañas de nuestra
remota y antigua Cantabria. Esto no quiere decir que su campo de acción se
localizara y se limitara exclusivamente en esa zona cantábrica y que sólo
merodeaba por el susodicho espacio septentrional del norte del lugar que hoy en día constituye, forma y es parte de
nuestro variopinto país llamado España, no.
Como bien he dicho, el duende del medio ambiente
era conocido, pero sobre todo, temido
por los habitantes de todas partes
de nuestro redondo Planeta Tierra de aquel entonces, cuestión que ahora paso a
explicar.
El relieve terrestre no os lo imaginéis como ahora,
nada que ver. Por aquel entonces, no existían carreteras, ni ciudades, ni
pueblos por muy pequeños que penséis, tal y como hoy vemos todo, nada que ver,
nada. En aquel entonces, todo era medio ambiente y naturaleza, y los habitantes
vivían mezclados e inmersos en ella.
Dicen los más mayores de las localidades más pequeñas,
aquellos que han heredado la sabiduría hablada, que una ardilla podía ir
saltando de rama en rama por entre los árboles desde un extremo a otro de
nuestra Península Ibérica. Eso dicen, pero yo creo que son sólo leyendas
urbanas, porque vaya trabajo tan duro para un animal tan pequeño, cuantas
bellotas tenía que comer, no sé algo no cuadra…
Pues bien amigos, no os lo podéis ni imaginar, ese ser tan pequeño, diminuto y minúsculo, el
duende del medio ambiente, era un individuo malo y perverso, poseía un poder
extraordinario para lo malo y lo peor. Se paseaba por los hemisferios norte y
sur terrestres varias veces al día. Pero, su gran afán consistía en pisotear
montañas para cambiar la orografía. Desviar los cursos de ríos y provocar esas inundaciones que todo lo arrasan a su
paso como son terrenos, cultivos y seres vivos. Provocar incendios forestales de
miles y miles de hectáreas para lograr desaparecer las distintas especies
vegetales y animales que los constituían. Empujar las fallas y placas del terreno para que la Tierra
se revuelva y se formen movimientos sísmicos como terremotos y maremotos. Destrozar
los fondos marinos, destruir sus arrecifes y profundidades, ensuciar los mares
con vertidos que hagan desaparecer toda vida, agitar las aguas marinas que
originen tsunamis, esas olas que a su paso hacen desaparecer islas,
acantilados, costas y terrenos. Revolver los volcanes inactivos o dormidos para
provocar su activación y que la lava destruya todo el paisaje a su paso. Soplar con tanta energía que el viento
adquiera la fuerza de mil ciclones, cien tornados y varias galernas. Desajustar
el ritmo del movimiento de la tierra
que elimine los días y las noches, y también, el paso de las estaciones. En definitiva, desestructurar y eliminar todo
lo que por su paso encontrara, ya que el duendecillo disfrutaba haciendo daño a
los demás.
En medio de todo este panorama medioambiental se
encontraba nuestro mundo, algo triste veréis, un día y otro más. En Cantabria,
como en todos los lugares de la Tierra, la población se intentaba agrupar para
sobrevivir como siempre, y los niños no salían apenas al exterior a jugar,
correr, y saltar por si aparecía el temido duende. Pero, un día sucedió lo que
tenía que suceder…
Allí arriba estaba ella, blanca, redonda, brillante
y expectante, la luna. Cansada de oír, ver y callar todo lo que aquel
duendecillo no cesaba de hacer, decidió actuar aquella noche. Entonces, sucedió
lo que tenía que suceder. Sus rayos en vez de iluminar como cada noche a la
dormida Tierra, se centraron tan sólo en la pequeña figura del duende. De repente, su silueta
apareció a lo lejos como una de luz inmensa, brillante y chispeante de
duración interminable que iluminaba y brillaba con la
fuerza de miles de candiles, faloras, faroles, faros, bombillas, lámparas,
lamparillas, velas, candelabros, fluorescentes y luces, todas ellos encendidos a la vez y sin
parar. A continuación, lo que tenía que suceder, sucedió… Porque el duende comenzó a
inflarse más y más, y cada vez más, como
un globo de chicle en la boca de un niño, no, como una pompa de jabón gigante,
no, como un globo terráqueo de habitación, no, como un gran pez globo marino, no,
como un globo aerostático, no, mejor como un nuevo planeta enano, sí, hasta que ¡zas¡, explotó, y todas las
partículas que lo componían al igual que una lluvia de estrellas se
desperdigaron por todo el Universo. Y, ¡plas¡, desapareció.
Entonces el panorama medioambiental cambió. Las
plantas brotaron de nuevo, los animales salieron de sus guaridas y los
niños salieron al exterior a jugar, los
ríos siguieron su curso, los ecosistemas comenzaron a establecer su equilibrio,
y el medio ambiente fue evolucionando progresivamente hasta llegar a nuestros
días con sus mares, montañas, selvas, valles, colinas, campos, bosques,
volcanes, acantilados, tal y como lo conocemos hoy.
Ah, se me olvidaba, como cuentan esas antiguas
leyendas que en aquella antigüedad remota y antigüedad antigua, volvió a haber verano como en el que nos encontramos
un tal día como hoy.
Fuente: Google Imágenes.