miércoles, 31 de agosto de 2016

MÁS HISTORIAS EN VERANO

Como cada año por estas fechas veraniegas la mayoría de las personas viajamos de un lado a otro para irnos de vacaciones, mejor dicho,  esas merecidas y deseadas vacaciones después de todo un año de trabajo. Así  pues, agosto se convierte en el mes por excelencia de las vacaciones anuales. 



Las salas de espera de los aeropuertos y de las estaciones  de trenes o autobuses suelen ser espacios donde confluye una encrucijada de  distintos viajeros con distintos destinos y lugares de orígenes, pero, con el mismo entusiasmo para viajar a un lugar diferente.



Las ciudades principales de cada país, y también innumerables localidades pequeñas, -ya que el turismo rural sigue en alza-, captan la atención de aquellos que quieren viajar en vacaciones, descansar, desconectar, cambiar de ambiente y de tercio. Por lo que las calles y determinados puntos de interés  de estos lugares turísticos elegidos se llenan de turistas, viajeros, curiosos, veraneantes, visitantes, incluso, emigrantes que provocan un aumento de la población considerable y una mejora del consumo en general, aumento de la contratación temporal,  y por tanto, aumento de la economía.

Dejando para otra ocasión el debate de hacia dónde se dirige la mayor parte de la población, si hacia un turismo de costa o de interior,  es decir, si prefieren más playa o montaña, me centro mejor en las personas como individuos. Con ello destaco las historias que cada persona llevamos consigo, la propia historia vital, la historia de su día a día, la historia de ayer, la historia de su viaje, la historia de sus vacaciones, la historia pasada y la que acaba de empezar, la historia de su familia, o las historias que nos podemos inventar ahora en verano,…

Fuente: Youtube


 






El duende del medio ambiente



Cuentan antiguas leyendas que en la antigüedad más remota y en la antigüedad más antigua,  existía un duende de bastante mala fama que era conocido por todos como el duende del medio ambiente. Cuentan esas antiguas leyendas que en aquella antigüedad, incluso dejó de haber verano como en el que nos encontramos un tal día como hoy.



Aquel famoso duende de ceño fruncido, enjuto y barbilampiño, tenía establecida su  morada por algún secreto lugar entre los bosques de las montañas  de nuestra remota y antigua Cantabria. Esto no quiere decir que su campo de acción se localizara y se limitara exclusivamente en esa zona cantábrica y que sólo merodeaba por el susodicho espacio septentrional del norte del lugar que  hoy en día constituye, forma y es parte de nuestro variopinto país llamado España, no.



Como bien he dicho, el duende del medio ambiente era conocido, pero sobre todo, temido  por  los habitantes de todas partes de nuestro redondo Planeta Tierra de aquel entonces, cuestión que ahora paso a explicar.



El relieve terrestre no os lo imaginéis como ahora, nada que ver. Por aquel entonces, no existían carreteras, ni ciudades, ni pueblos por muy pequeños que penséis, tal y como hoy vemos todo, nada que ver, nada. En aquel entonces, todo era medio ambiente y naturaleza, y los habitantes vivían mezclados e inmersos en ella.



Dicen los más mayores de las localidades más pequeñas, aquellos que han heredado la sabiduría hablada, que una ardilla podía ir saltando de rama en rama por entre los árboles desde un extremo a otro de nuestra Península Ibérica. Eso dicen, pero yo creo que son sólo leyendas urbanas, porque vaya trabajo tan duro para un animal tan pequeño, cuantas bellotas tenía que comer, no sé algo no cuadra…



Pues bien amigos, no os lo podéis ni imaginar,  ese ser tan pequeño, diminuto y minúsculo, el duende del medio ambiente, era un individuo malo y perverso, poseía un poder extraordinario para lo malo y lo peor. Se paseaba por los hemisferios norte y sur terrestres varias veces al día. Pero, su gran afán consistía en pisotear montañas para cambiar la orografía. Desviar  los cursos de ríos y provocar  esas inundaciones que todo lo arrasan a su paso como son terrenos, cultivos y  seres vivos. Provocar incendios forestales de miles y miles de hectáreas para lograr desaparecer las distintas especies vegetales y animales que los constituían. Empujar las  fallas y placas del terreno para que la Tierra se revuelva y se formen movimientos sísmicos como terremotos y maremotos. Destrozar los fondos marinos, destruir sus arrecifes y profundidades, ensuciar los mares con vertidos que hagan desaparecer toda vida, agitar las aguas marinas que originen tsunamis, esas olas que a su paso hacen desaparecer islas, acantilados, costas y terrenos. Revolver los volcanes inactivos o dormidos para provocar su activación y que la lava destruya todo el paisaje a su paso.  Soplar con tanta energía que el viento adquiera la fuerza de mil ciclones, cien tornados y varias galernas. Desajustar el ritmo del movimiento  de la tierra que  elimine los días y las noches, y también, el paso de  las estaciones.  En definitiva, desestructurar y eliminar todo lo que por su paso encontrara, ya que el duendecillo disfrutaba haciendo daño a los demás.



En medio de todo este panorama medioambiental se encontraba nuestro mundo, algo triste veréis, un día y otro más. En Cantabria, como en todos los lugares de la Tierra, la población se intentaba agrupar para sobrevivir como siempre, y los niños no salían apenas al exterior a jugar, correr, y saltar por si aparecía el temido duende. Pero, un día sucedió lo que tenía que suceder…



Allí arriba estaba ella, blanca, redonda, brillante y expectante, la luna. Cansada de oír, ver y callar todo lo que aquel duendecillo no cesaba de hacer, decidió actuar aquella noche. Entonces, sucedió lo que tenía que suceder. Sus rayos en vez de iluminar como cada noche a la dormida Tierra, se centraron tan sólo en la pequeña  figura del duende. De repente, su silueta apareció a lo lejos como una de luz inmensa, brillante y chispeante de  duración interminable que iluminaba y brillaba  con la fuerza de miles de candiles, faloras, faroles, faros, bombillas, lámparas, lamparillas, velas, candelabros, fluorescentes y luces, todas ellos encendidos a la vez y sin parar. A continuación, lo que tenía que suceder, sucedió… Porque el duende comenzó a inflarse más y más,  y cada vez más, como un globo de chicle en la boca de un niño, no, como una pompa de jabón gigante, no, como un globo terráqueo de habitación, no, como un gran pez globo marino, no, como un globo aerostático, no, mejor como un nuevo planeta enano,  sí, hasta que ¡zas¡, explotó, y todas las partículas que lo componían al igual que una lluvia de estrellas se desperdigaron por todo el Universo. Y, ¡plas¡, desapareció.



Entonces el panorama medioambiental cambió. Las plantas brotaron de nuevo, los animales salieron de sus guaridas y los niños  salieron al exterior a jugar, los ríos siguieron su curso, los ecosistemas comenzaron a establecer su equilibrio, y el medio ambiente fue evolucionando progresivamente hasta llegar a nuestros días con sus mares, montañas, selvas, valles, colinas, campos, bosques, volcanes, acantilados, tal y como lo conocemos hoy.



Ah, se me olvidaba, como cuentan esas antiguas leyendas que en aquella antigüedad remota y antigüedad antigua, volvió a  haber verano como en el que nos encontramos un tal día como hoy.


 Fuente: Google Imágenes.